Según cuentan los vecinos del barrio, desde hace ya mucho tiempo el escalofriante fantasma de una desventurada mujer, deambula entre los árboles del Parque Rivera y a veces emerge de las aguas del lago. Vaga de aquí para allá, llorando desconsoladamente.
Las descripciones físicas que hay sobre ella son más o menos unánimes. En términos generales, podríamos decir que se trata del espectro de una mujer alta, extremadamente delgada y casi cadavérica en su flacura. Usa un vestido color blanco, harapiento, salpicado con algunas manchas de barro del lugar. Luce una larga cabellera negra, suelta y enmarañada, que le oculta gran parte de su rostro. Su piel es arrugada y pálida, casi blanca. Pero sin lugar a dudas, lo más llamativo de este fantasma es su llanto: un alarido agudo y que, al escucharse a lo lejos en las noches serenas, llega a poner los pelos de punta a sus ocasionales testigos.
Muchas son las historias y las anécdotas que involucran a este personaje, acaso uno de los más enigmáticos de Montevideo. En su gran mayoría, los detalles han sido aportados por los niños, sus testigos más frecuentes, tal vez porque ellos poseen esa especie de sexto sentido que les permite ver ciertas cosas que los adultos no pueden. Pero hay una historia que es la más conocida y emblemática de todas, marcada a fuego en la memoria colectiva de los habitantes de la capital, tal vez porque es -al mismo tiempo- una de las más tenebrosas de que se tenga noticia.
Cierto día de otoño, hace ya algunos cuantos años, una pareja llegó en su camioneta al Parque Rivera, poco después del atardecer. El día estaba lluvioso, frío y completamente envuelto en brumas. Luego de estacionar el vehículo en un descampado cerca del lago, no muy apartado del comienzo de los bosques del lugar, apagaron las luces del vehículo y se quedaron disfrutando del momento, hablando y escuchando buena música hasta ya bien entrada la madrugada. Todo iba bien, hasta que poco después de que las sombras ganaran completamente los rincones del Parque, los jóvenes comenzaron a escuchar unos ruidos confusos en los alrededores. No era posible saber con precisión el punto exacto de donde provenían, pero era evidente que eran producidos por la presencia de alguien cuya identidad era ocultada por la oscuridad y la negrura del parque. Y poco después también, en forma progresivamente más fuerte, comenzó a escucharse un llanto amargo a lo lejos. Al principio, no le dieron mucha importancia, pero cuando lo escucharon más cerca, comenzaron a preocuparse. De pronto el novio creyó vislumbrar a una mujer que se encontraba arrodillada en las aguas del lago, a escasos metros de la orilla. No podía ver bien, porque la visión estaba entorpecida por la espesa niebla que aquella hora suele dominar las inmediaciones del parque, pero estaba seguro de que sus ojos no lo engañaban. Luego de indicarle a su novia el sitio en el que se encontraba, ella también la vio: allí había una mujer, indudablemente, y aunque se encontraba de espaldas, por lo que no era posible divisar las facciones de su rostro, parecía evidente que necesitaba algún tipo de ayuda. Y es que, en efecto, sus hombros se movían arriba y abajo, como los de alguien que está llorando. La escena era extraña, por cierto, y es probable que otros en el lugar de la pareja hubiesen optado por irse, sin embargo el novio creyó conveniente salir del auto a prestarle auxilio.
Esa idea no le agradaba demasiado a la novia, así que le pidió que se no fuera y se quedara con ella porque estaba muy asustada. A pesar de este pedido, el novio bajó de la camioneta y comenzó a caminar lentamente hacia aquella misteriosa mujer que, tal vez no percatada de su presencia, todavía permanecía de espaldas e inmóvil. Desde la seguridad del auto, la chica se quedó sola y desde allí pudo ver cómo su novio se acercaba a esa extraña mujer. El chico caminó hacia donde estaba la mujer que lloraba, y a apenas unos pocos pasos de ella, la mujer se incorporó y, sin descubrir en ningún momento su rostro, comenzó a caminar hacia los altos árboles que rodean el lago, internándose en la espesura del bosque. El muchacho, intentando llamar su atención, le gritó entonces algunas palabras, pero la mujer continuó caminando como si no lo escuchara. Cualquiera, en su lugar, habría dado media vuelta allí mismo y regresado al auto, pero por alguna extraña razón aquella misteriosa mujer ejercía sobre él una peculiar fascinación y entonces, como hipnotizado, decidió seguirla hasta el interior de las penumbras del bosque. Y tanto se internó tras ella procurando darle alcance que su novia, desde el auto, los perdió de vista ambos.
Dentro del bosque del parque, la penumbra era muy cerrada y la niebla muy densa, de manera que el joven no podía ver con claridad sino unos pocos metros delante de él. Sin embargo, se las ingenió para seguirla todavía durante un buen trecho, manteniendo prudente distancia y sin atreverse del todo a alcanzarla. En todo momento, le hablaba a la mujer tratando de llamar su atención. Pero como al cabo de algunos minutos comprendió que esta no iría a responderle, y que aquello se prolongaba tal vez demasiado, en un arrebato de su voluntad, aceleró un poco el paso y cuando estuvo a unos pocos centímetros de ella le colocó una mano sobre el hombro para detenerla. Sintió una cosa fría y viscosa que le humedeció la yema de los dedos. Y en seguida aquella mujer, como si solo con este primer contacto físico se hubiese enterado de que el joven la estaba siguiendo, se dio vuelta con aplomo y él pudo percibir entonces, horrorizado, las terribles facciones de un rostro que ya no podría quitar jamás de su aturdida memoria…
Vio el rostro de una joven bastante bonita, pero tan deteriorado y enflaquecido que parecía más viejo. Pero de un segundo a otro, aquellas facciones experimentaron una súbita transformación: el rostro de la mujer se desfiguró, sus ojos y boca se agrandaron desmesuradamente dejando al descubierto la más monstruosa y aterradora de las expresiones. Mientras experimentaba esta terrorífica transformación, la mujer emitió un terrible alarido que rompió violentamente el silencio de la noche. No era exactamente un alarido de furia o de amenaza, sino más bien de dolor, pero tenía un timbre tan sobrenatural, y había sido emitido en una tonalidad tan fuerte y aguda, que llegaba a ensordecer, a hacer doler los tímpanos de sólo escucharlo.
El joven, agónico del espanto que le produjo contemplar semejante visión, salió corriendo tan rápido como pudo, procurando regresar la seguridad del auto. Sin embargo, y por más que lo intentaba, no lo conseguía, pues cada vez que giraba su cabeza veía que aquel espanto perseguía el rumbo de sus pasos, abalanzándose sobre él a través de los árboles que apenas se dibujaban en la niebla. Pudo ver incluso que aquel fantasma avanzaba flotando, con los pies suspendidos en el aire. Y pudo también comprobar que los ojos rojizos del espanto, llenos de una mezcla de furia y de dolor, se acercaban cada vez más hacia él, al punto que en un determinado momento de la persecución el joven llegó a sentir el amargo llanto del monstruo casi susurrándole en sus oídos.
No se sabe muy bien cómo lo hizo, pero el chico logró escapar de aquella aparición que lo perseguía y llegar a su camioneta donde lo esperaba su novia. Pusieron en marcha el vehículo y salieron a toda velocidad del lugar. Desde entonces –aseguran los vecinos del barrio- no quisieron ni pasar por el Parque Rivera.
Cuentan que todos aquellos que visiten el Parque Rivera durante las horas de la noche, podrán escuchar claramente un llanto amargo capaz de estremecer hasta al más valiente; un llanto que no podrá ser callado por el tiempo y que busca el consuelo… de las voces anónimas.
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