“La crisis de los 30”, por Cecilia Reyes Schettini, maragata residente en Santiago de Chile.
Hay muchos “30” que pueden provocar crisis.
Si usted, que está leyendo en este momento, ya atravesó la barrera del tercer decanato, sabrá bien que cruzar ese umbral etario supone una desestabilización emocional en sí misma.
Ahora bien. Este simple número que, a priori, parece no ser más que un par de signos gráficos que expresan una cantidad, ha tenido por estos días el poder de remecer los cimientos de un pueblo que, a la vista de cualquier foráneo, podría definirse como reservado, esquemático y cuasi pacato. Un terremoto social que tuvo su epicentro en el aumento de 30 pesos en el precio del boleto de los trenes subterráneos y fue lo suficientemente profundo como para reabrir heridas de más de 30 años.
Si alguien está acostumbrado a los sismos, ese es sin dudas el chileno. Pero éste nos tomó por sorpresa. Nada lo predijo, nadie lo vio venir.
Es complejo señalar el momento exacto en que todo se fue de las manos. Siendo fiel a la cronología de los hechos, diría que los primeros temblores se manifestaron el pasado lunes, con un movimiento, en apariencia, perfectamente organizado, que conminaba a evadir los torniquetes y vías reglamentarias de acceso al metro. En criollo, a pasar sin pagar.
Desde ese instante y en una escala digna de cualquier thriller hollywoodense, se sucedieron el resto de los eventos. Ahí llegaron los enfrentamientos con carabineros, los destrozos en las estaciones, las manifestaciones masivas, los cacerolazos, los saqueos, los incendios, el estado de emergencia, los militares en las calles, el toque de queda, las detenciones, las muertes dudosas y un sinfín de situaciones que, como inmensas olas, una tras otra, fueron rompiendo la apacible calma en que la ciudadanía dormitaba, provocando este tsunami que ha llevado al país a vivir uno de los capítulos más álgidos en toda su historia post-dictadura.
“El pueblo chileno despertó”, se escucha en las calles. Un clamor revolucionario que nace del hastío, lleno de violencia, entre piedras, barricadas y bombas lacrimógenas.
Es duro buscar responsabilidades sin tocar fibras delicadas. Es difícil hablar con los vecinos sin que sobrevuelen fantasmas del pasado; de ese pasado que hoy parece no estar tan muerto. Es imposible no escuchar el grito desesperado de un pueblo que sangra desigualdad. Porque Chile siempre ha sido un ostentoso vestido de alta costura pavoneandose en el escaparate de los mejores “fashion weeks”, mientras oculta tras oscuros bastidores el sacrificio y el sudor de quienes lo crearon. Pero la historia está cambiando. Los hijos de esas manos obreras saben que lo único real es el presente y por eso exigen un nuevo hoy, ahora.
Chile definitivamente despertó. Y tiene hambre de justicia, cueste lo que cueste. / Foto: El País de Madrid